Esta es una historia que pasó aquí en México, específicamente en Guadalajara. Se trata sobre la búsqueda de un joven llamado José Luis Arana, un joven empresario. El desapareció el 17 de enero del 2011 cuando se dirigía a recoger unos equipos. Pasadas las 72 horas de ley, se empezó su búsqueda. El día 15 de abril se encontró la camioneta, después de la declaración de un detenido en posesión de drogas, quien la describió, lo que facilitó su localización.
Dentro de esta se encontraron los recibos de las casetas por lo que pudieron determinar la ruta que siguió esta. Se solicitó los videos de vigilancia a varios negocios de la ruta que siguió la camioneta y poco a poco fueron develando los minutos antes de que desapareciera… hasta aquí excelente esta historia de como se va develando el caso, pero la realidad es otra. Todas estas investigaciones no fueron llevadas por expertos investigadores, no fueron llevadas a cabo por detectives ni por alguien cercano a esto, fue llevada nada mas y nada menos que por una madre desesperada, desesperada por encontrar a su hijo, la que hizo que hiciera hasta lo imposible para lograr dar con el paradero de su hijo, no sin antes encontrarse con malos servidores corruptos, con algunos ciudadanos que no quisieron apoyarla (como es el caso del negocio donde no le facilitaron los videos de vigilancia), por la falta de dinero, de autoridades que no les importa mas que cobrar su quincena y proteger a delincuentes.
Es indignante la falta de interés de nuestras autoridades que se dedican mas a pasar información vital a los criminales, las leyes retrogradas que exigen un minimo de 72 horas para empezar a buscar a personas desaparecidas y una lista larga de limitantes burocráticas que solos no deja un enorme HECF. Y si, tenemos a los mejores investigadores, que con poco logran resolver casos, lástima que sea el mismo pueblo sediento de justicia y no las autoridades, a quienes les pagamos por eso… A los interesados les adjunto el link de la nota completa: http://www.sinembargo.mx/19-08-2012/338680
Le dicen Lupita. Se llama María Guadalupe Aguilar, es enfermera retirada. Vive en Guadalajara, Jalisco, México, y tiene tres hijos. Viste de blanco: una blusa de algodón bien planchadita, pantalones, zapatos tenis para aguantar la caminata. También lleva un sombrero para protegerla del sol que la acompañará durante un mes, el más caluroso del año. Viaja en el autobús número 1 de la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad encabezada por el activista Javier Sicilia. Este grupo que recorrerá 27 ciudades estadounidenses, está conformado por familiares de personas muertas o desaparecidas; algunos de los 60,000 muertos y 10,000 desaparecidos que ha dejado como saldo la guerra contra el narcotráfico emprendida por el presidente Felipe Calderón. Como el hijo de Lupita.
Lleva el pelo corto, teñido de castaño claro. Una línea verde sobre los párpados y un par de detalles de joyería de oro muy sencilla hablan de una mujer acostumbrada al arreglo personal, a cuidarse. “Yo tenía una vida muy diferente a esto”, me dice en un momento mientras conversamos en la Placita Olvera durante la escala de la caravana en Los Ángeles. “No nada más se llevan la vida de tu hijo; es el paquete completo. También me robaron mi vida, la de mi hija, la de mi otro hijo, la de mis nietos. No somos los mismos, jamás vamos a volver a ser los mismos”.
Su corazón de mamá le dijo que la vida acababa de cambiarle aún antes de tener la información completa. Ese día, el 17 de enero de 2011, su hijo José Luis Arana, Pepe, salió de su casa por última vez. Tenía una empresa pequeña que inició con el fruto del trabajo de diez años; junto con su hermano menor se dedicaba a la iluminación de eventos. Ese día quedaron de verse a las 11:30 para cargar el equipo en el camión después de un servicio. Su hermano se preocupó cuando vio que Pepe no llegaba, así que hizo una llamada telefónica. “Salió a las once”, le dijo su cuñada. “Ya tendría que estar ahí”.
Lupita llora sin reparo mientras me cuenta la historia. Con las manos aprieta un cartel laminado con la foto de Pepe y sus datos personales, un hombre entonces de 34 años, ojos claros y sonrisa amplia que, asegura su madre, era un hijo impecable. “No fuma, no toma, su vida es su negocio y su familia. Tiene dos niñas, una de cinco y una de tres años. Cuando desapareció, ¿verdad? Ahorita tienen seis y cuatro”. El llanto continúa, descarado.
En el instante en que Lupita recibió la llamada de su hijo menor supo que algo andaba mal. José Luis siempre le respondía el teléfono a ella, siempre. Si estaba ocupado le decía “te llamo en un momento”, pero nunca dejó una llamada sin responder. Cuando después de varios intentos no pudo comunicarse con él, fue que el corazón de mamá le dijo que algo había pasado. Y entonces su cerebro empezó a trabajar. “Pensé: tiene que recoger a las niñas de la escuela, así que me fui a la escuela a esperarlo. Dieron las tres y no llegó, y entonces corrí a la Policía a hacer la denuncia”.
A partir de ahí iniciaría el peregrinar de Lupita por los caminos retorcidos de la burocracia mexicana. Lo primero que descubrió es que no se puede reportar a una persona como desaparecida hasta que han transcurrido 72 horas de su desaparición “porque usted sabe, a veces se van de borrachos, o se enojaron con la esposa”, le explicaron. “Mi hijo no es de esos”, afirmó furiosa. “Así dicen todas las mamás”, le respondieron. Sin detallar contra quién descargó la furia, asegura que antes de las cuatro de la tarde la denuncia ya estaba presentada y la información sobre su hijo y el vehículo que éste conducía se encontraban en el sistema de información de las agencias de seguridad mexicanas conocido como Plataforma México. Pasaron las horas, pasaron los días. Ni una sola pista.
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Nota Completa: http://www.sinembargo.mx/19-08-2012/338680
Cortesía de zire13