Un exitoso ranchero falleció y dejó todo a su amada esposa. Ella era una mujer muy guapa con la determinación de continuar con el rancho de su difunto marido, pero conocía muy poco sobre ranchería, así que decidió publicar un anuncio en un periódico para contratar a un buen administrador.
Dos rancheros aplicaron para el trabajo. Un maricón y un borracho.
Ella lo pensó largamente y como nadie más aplicó para el puesto, decidió contratar al maricón, pensando que estaría más segura con él y no con el borracho.
El mariconcito demostró saber muy bien su trabajo y dedicaba largas horas a la administración del rancho.
Por semanas trabajaron conjuntamente y el rancho iba bien.
De repente un día la viuda del ranchero le dijo al maricón: “Has hecho un gran trabajo y el rancho va muy bien. Deberías de divertirte un poco y visitar el pueblo”. El maricón estuvo de acuerdo y el sábado por la noche se fue al pueblo.
A la una de la mañana no había regresado.
Las dos y continuaba sin aparecer.
Finalmente fue apareciendo hacia las 2:30 y encontró a la viuda sentada junto a la chimenea con una copa de vino en su mano.
Ella le llamó y suavemente le dijo: -“Desabotona mi blusa”
El maricón un poco tembloroso hizo lo que le pedía la viuda.
-“Ahora mis botas”, continuó la viuda.
El maricón siguió las órdenes de la bella mujer.
-“Ahora, delicadamente, mis medias…”
El maricón hizo de nuevo lo que le pedía y con sumo cuidado puso las medias dentro de las botas.
-“Ahora mi falda…”
Suavemente desabotonó la falda, clavando su mirada en los ojos ardientes de la viuda.
-“Ahora mi brassiere”, demandó la viuda y él hizo lo que le pedía con manos temblorosas, dejándolo caer en el piso.
Luego ella lo vio y le dijo:
-“Si vuelves a ponerte mi ropa, estás despedido…”
¡HECF!
Cortesía de Rudy